Compartimos la mirada...

viernes, 27 de abril de 2012

Su aquel...








Un corazon de papel
chiquito
me cuidará del mundo
de la maldad
la hipocresía
incluso de mi
cuando mi boca
despide truenos
y traga rayos.
Un minúsculo corazón
de payaso
(de esos que tienen
una gota gorda
dibujada a lápiz
y sangre
en la cara).
Perfecto corazón
que encierra
promesas
misterios a revelar
o a ignorar
un alfabeto de besos
nuevos
la odisea
en medio susurro
y la vida
que vuelve a tener
"su aquel"...

jueves, 19 de abril de 2012

"La intrusa" Jorge Luis Borges

La intrusa (El informe de Brodie, 1970)



Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nilsen, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Moran. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo mas prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.

En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.

Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos enemigos.

Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucia en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.

Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé que negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.

Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venia con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo:—Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenes a la Juliana; si la queres, úsala.

El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.

Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, mas allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba. Una tarde, en la plaza de Lomas , Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristian. La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto. Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un dialogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenia, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serian las cinco de la mañana cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la dividió después con el otro.

En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenia que hacer en la Capital. Cristian se fue a Moron; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo: —De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.

Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo para no verlos.

Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande —¡quién sabe que rigores y qué peligros habían compartido!— y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la discordia.

El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los bueyes. Cristian le dijo: —Veni; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargue, aprovechemos la fresca.

El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.

Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro: —A trabajar, hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará mas perjuicios.

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vinculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.


Se les ocurre un final diferente para este cuento?

Cúal podría ser???

viernes, 13 de abril de 2012

Alicia de aquel país...




Algunos de mis amigotes de la adolescencia quedaron adolescentes para siempre.
Otros parecían muy viejos,siendo jóvenes y recién ahora se adecuan a su edad!
De esos no quiero hablar porque siempre fueron "los correctos" los "respetuosos",los que cumplían las expectativas de padres y profesores y nunca se rebelaron.Nunca.
A esos los miraba con asombro y ternura,pobres no?
En cambio los otros eran mis héroes!
Transgredían,protestaban contra el "sistema".Eran valientes y los más piolas.
Y yo estaba loca por uno de ellos,claro!
La vida nos separó durante años y facebook nos volvió a juntar,"bendito tu eres facebook"!
A veces por no decir siempre,los recuerdos es mejor conservarlos como tales,con cajita dorada y moño.
Pero no.
Pero no!!!
Nos juntamos después de muchos años.
Los que fueron jóvenes -viejos,seguían muy serios y en realidad vinieron pocos ya que para ellos una reunión de ese estilo no tenía sentido.
Los que habían sido adolescentes como dios manda,rebeldes y contestatarios estaban en diversas posiciones: los menos siguieron creciendo,pero para mi sorpresa muchos habían quedado varados en esa etapa.
No lograban consolidar una pareja más o menos estable,o se drogaban,o tomaban, o vagaban sin rumbo con trabajos precarios aún habiendo obtenido títulos universitarios!
Los veía a ambos grupos sin sentirme parte de unos ni de otros.
Y a la vez siempre tuve un poco de cada uno,siempre me sentí con la "obligación" de cumplir los mandatos y a la vez con la tentación de transgredir.
Fue así que después del asado riquísimo que comimos en casa de Gabo (uno del grupo de eternos adolescentes,que vive solo,nunca se casó,no tuvo hijos,vive viajando como guia turístico y lo adoro) armamos una ronda sentados en el suelo,sobre una de sus hermosas alfombras traidas de no se donde,que reemplazaban al clásico y convencional sillón o sofá.
Así sentados,nos ofreció a quienes quisiéramos,un "fasito".
Yo jamás había fumado y ya era una mujer adulta.
Me dije:_ahora o nunca! Jamás había tenido oportunidad (ni deseo) de probar.
Pasó el "fasito" ante la mirada entre asombrada y horrorizada de los "viejos" (nuestros amigos serios).
Probé y no me produjo nada.Bueno...un poco de risa,pero nada que no consiga con un buen chiste!
Los "viejos" se levantaron y se fueron yendo.
Algunas de las chicas,me miraban con desaprobación ya que en el fondo sentían mucho desprecio por Gabo y el grupete de eternos adolescentes.
Me quedé con Gabo y con Juan,a quién ni vencido ni borracho podría dejar de querer.
Saqué la conclución de que los rebeldes de antaño,los "manzana podrida",molestaban.
Y a mi siempre me gustó molestar un poco.
Ellos siguen en su mundo,pero a mi me gustó entrar al menos por una noche en esa nube en donde Serú Girán sigue cantando por siempre:
..."Quién sabe Alicia este país,no estuvo hecho porque sí
vas a salir te vas a ir,pero te quedas,donde más vas a ir..."

Si,siempre me gustó molestar.

miércoles, 11 de abril de 2012

LA CARICIA

Descubrí
una caricia
simple
suave
de tan pequeña
enorme.

Me abrió el alma
o lo que late en mi piel
tu mano en mi pelo
tan calma,
que una brisa
parecería un ciclón
y una gota de sudor
una cascada.

Mordiste mi labio
suave
mis ojos se cerraron
sentí que volaba
y recordé
cómo era hablar
sin ninguna palabra.


Mi cabeza
en tu pecho blando
inundando de paz
mi cotidiana guerra,
tu respiración
un mantra
un hogar a leña
una bella canción
jamás cantada.

El cielo
bajó
para siempre en tu mirada.

martes, 10 de abril de 2012

Bichi-vidi-gor...



Las "parejas"(término y concepto que un amigo mio muy inteligente cuestiona,porque duda de la unidad de la "pareja",del ente "pareja"),como decía, las parejas son muy curiosas.
Hay algunas que insisten en mostrar a quien desee contemplarlas lo felices que son,lo bien que se llevan.
Se llaman con diminutivos de todo tipo: bichi,gordi,vidi,y otros hermosores por el estilo.
Algunos un poco más contundentes: bicho,vida,gorda,gordo,negro,flaca.
Una vez me contaron de un hombre que llamaba a su esposa "pétalo"! Qué delicadeza!
La misma delicadeza con que le decía insistentemente "pétalo",utilizaba para que al pétalo le creciera geométricamente la cornamenta.
A partir de varios casos como el de "pétalo",comencé a sospechar de las parejas que se llamaban a si mismas con tanta melosidad,bastante cursileria y un poco de exhibicionismo.
Tampoco entiendo a esas "parejas",que en alguna reunión de amigos o familiar, insisten en mostrar cuanto se aman,al punto de que solo les falta la cama y el preservativo!
Gente! Qué necesidad?
Vayan tranquilos a casita o a un telo que nadie los extrañará!!!
No tenemos ganas de ver vuestras lenguas enroscandose,ni la mano por adentro de un pantalón,en medio del cumpleaños del tio Antonio o de la abuela Berta!
Y las paradas de colectivo parece que vienen con alguna especie de afrodisíaco,porque ahí si se pueden ver unos besos! Otra que Arnaldo Andre! (es un galán de los años 70,que le comía la boca a las actrices con una voracidad...si,ya se que es gay,y?).
Las paradas las hacen literalmente "parar"!
La gente primero se siente incomoda,y luego empieza un curso acelerado de "otorrinolaringología",ya que solo mirando de reojo podemos ver amígdalas,lengua,traquea y esófago!.

Bueno,los dejo porque me voy a la parada a esperar a mi bichi-vidi-gor!!!



lunes, 9 de abril de 2012

Sublime e imposible dejar de compartirlo.







Como ya saben algunos,estoy leyendo Rayuela.

Iba prolijamente hasta que hace algunos capitulos decidí jugar mi propio juego.

Inventé reglas y saltos,de atras para adelante,un capítulo y luego tres saltos...para volver a releer el capítulo de Barth Trepath,la pianista chiflada y tratar de olvidar la muerte de Rocamadour.

A veces quiero que Talita sea verdaderamente La Maga y se bese con Oliveira.

Pero es Cortazar y no la novela de la tarde,así que Talita o La Maga o Pola son y no son ellas,el libro ni siquiera estoy segura de que tenga algún final.

Es más:_ a medida que avanzo,fui perdiendo las esperanzas de poder leer un final,seguro que la última hoja es la primera,o viceversa.

Lean este capítulo (93) ,hayan leído o no Rayuela ya que este capítulo merece ser leido más de una vez.

Es más:_si todo el libro fuera este capítulo,me quedaría satisfecha.

Es que una vez que se entra en la Rayuela,el mundo se ve tan distinto,cada cosa pierde su primitivo sentido y adquiere uno nuevo:_ un carozo de aceituna o una tortuga, pueden servir para jugar a la rayuela.

La manija de una puerta,el respaldo de una silla,la pasta de dientes,pueden querer decirnos algo desde su aparente mutismo.

Y el señor que pasa,tal vez sea un muñeco de trapo que camina a cuerda.

La ropa tendida, banderas y palomas.O carteles indicando una función de circo.

Así queda nuestro pequeño mundo a través del lente Rayuela.

Ah! y el amor un casillero en manos del azar.


" ...Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estas del otro lado, ahí donde me invitas a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo mas profundo de la posesión no estas en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura.. dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fijate. Pero fijate bien, porque no es gratuito.
¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como sise pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto. Pero estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan como pueden, me mordisquean desde debajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, pourquoi, why, warum, perché este horror a las perras negras? (...) Tengo miedo de ese proxenetismo, de tinta y de voces, mar de lenguas lamiendo el culo del mundo (...) En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi doble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo..."






Julio Cortázar, RAYUELA, Capítulo 93 –fragmento-

sábado, 7 de abril de 2012

jueves, 5 de abril de 2012

La inocencia perdida... a treinta años de la guerra de Malvinas.




Ralato de una de mis hijas a raíz de la visita a su escuela, de un combatiente de Malvinas.
No diría "ex-combatiente" como se acostumbra a decir, porque la guerra interna nunca se termina.
Hay heridas que jamás cerrarán,visiones,recuerdos,dolores que no cesan.
Mi pequeño homenaje,mis respetos y el dolor de la niña que fui y que tejía bufandas en la escuela, para abrigar a los soldaditos.Las bufandas nunca llegaron y el frío se nos quedó a todos en el corazón.





"Mamá!!!
Vino al colegio un soldado que luchó en la guerra de Malvinas y se llama Marcelo.
Tenia 18 años cuando empezó la guerra,y ahí cumplió los 19.
Nos contó que dormía con cuatro chicos abajo de la tierra,y hacía 15 grados bajo cero.
Nos contó que les llegaron unas cartas de una nena de 7 años que decían:
"Hola hermano,como estas? Yo soy hija única pero vos sos como mi hermano.
Vos sos muy valiente,no como yo que soy mujer...(?).
Vos sos fuerte,yo débil!"
Le mandó un collar con una cruz para que rece.
El se lo dió a su compañero Ignacio,que era católico.
Ignacio murió en la trinchera.
Ignacio aceptó ir a la guerra aunque la madre era viuda y el murió y la madre quedó sola.
Marcelo (le dicen Mare) estaba haciendo guardia y vió que de una montaña bajaban los ingleses para matarlos y el sabía que se iba a morir y del susto vió en blanco y negro por seis horas.
El doctor le dijo que era por sentir demasiada tristeza.
El, a veces se robaba cosas para comer porque sino se moría de hambre y otros a veces le robaban a él...pero también eran solidarios y siempre compartían lo que tenían.
Una vez consiguió una lata de dos kg de peras en almibar y otra vez una lata de dos kg de arvejas...comían eso por varios días, entre muchos soldados...
Otro día encontró gelatina caliente y la puso en la cantimplora para tomar y que el cuerpo esté calentito.
Se puso triste cuando tuvieron que quemar la bandera argentina,antes que lo hagan los ingleses.
La escarapela se la clavo adentro de la piel por si se moría,para que supieran que era argentino.
Tenía 157 cartas en un bolsillo de atrás.Un inglés le dijo que era eso y el le dijo_no me las robes,para que las queres?
También le querían sacar el casco y él les dijo:_para que lo quieren a mi casco,es lo único que tengo?
Y ahí le pegaron.
Dijo que no sentía las piernas,que las tenía siempre azules.
Debía mover las piernas todo el tiempo para que no se congelen y le quedó como un tic.
Por 25 años no quiso contar nada ni a los padres.
Nada más."

domingo, 1 de abril de 2012

A veces el deseo




A veces el deseo
rudo e infame nos invade la piel
nos golpea la sangre
cabalga la mirada
estira el día hasta el infinito
aulla como animal dolido
en nuestra sien.
Y a veces
no queremos oírlo
simplemente flotar en la balsa
calma
de cierta mágica monotonía.
Pero
nada es igual ya
nada se parece a ese letargo adorable
a esa exasperación de las horas
superpuestas
arropadas unas con otras.
El deseo y sus leyes
nos desgajan
sacuden un sinfín de tempestades
y de pronto
nuestro leve y balanceado mundo
estalla y grita
canta y se sacude
la blandura
la baba del despertar cotidiano
la gota de rocío en la hoja
del jardín.
Intentamos fugarnos
tocar una estrella,pinchar la luna
y que desaparezca
pero nos brillan los ojos de una manera
que deseamos entregarnos
o dejarnos
morir.